Creo que es un maravilloso gesto de benevolencia el querer suavizar las cosas para los demás. Entiendo de donde viene esa voluntad de no querer que la otra persona enfrente los duros golpes de la honestidad. Puede ser un gran acto de generosidad cuando el egoísmo no es lo que lo motiva.
Ya saben, cosas como '¡que bien se te ve ese corte!', cuando crees que la cabeza de la persona se ve anormalmente gigante; o '¡me encanta tu vestido!' aunque creas que parece salido de un video de Robin Sparkles; o tal vez 'no me molesta que me vean contigo', cuando en verdad quisieras estar usando de esos lentes que traen una nariz y bigote falsos y evitar evidencia fotográfica.
En fin, debo admitir que estoy agradecida por dicha benevolencia, o por lo menos la parte consciente de mí lo está. Quién no lo está es la parte de mi que despierta justo cuando me estoy quedando dormida y me pregunta si en verdad no quiero saber la verdad.
Mi respuesta es '¡por supuesto que quiero, idiota!'. Pero no lo suficiente como para ir tras ella. Alguna vez Jack Nicholson gritó certeramente en una de sus películas 'You can't handle the truth'. Creo que me hablaba a mí.
La bondad de la incertidumbre me permite quedarme con algo. Por más que lo piense no puedo adivinar qué es, pero estoy segura que es algo esencial para mi paz mental a largo plazo. Por eso resulta un acuerdo aceptable, si bien no ideal, pero por lo menos algo que me promete un nuevo comienzo.
Aunque, por lo menos ahora, no quiero un nuevo comienzo. No se puede empezar algo sin terminar lo anterior y yo todavía no termino. Quisiera que sí. Es más, quisiera jamás haber empezado. Nunca podré disculparme lo suficiente por haberlo hecho.
En fin, por ahora continuare la rutina. Y cada vez que mi yo interior ponga el tema sobre la mesa, me dispondré a tener el siguiente diálogo, una y otra vez. Todo porque Jack tiene razón.